L’hereu, el primogénito, el primero en llegar.

Inauguro con esta un par de entradas en las que quiero dedicarles a mis hijos unas palabras, para mostraros quiénes y cómo son, y para que ellos sepan, alguna vez, lo que su padre piensa (o pensaba) de ellos. Y por empezar por uno, empezaré por mi hijo mayor, por Adolfo.

DSCN3937Es muy fácil describir a Adolfo. Algunos ya lo conocéis. Adolfo es bueno. Con eso lo digo casi todo. Para mí, como para cualquier padre, es especial. Como especial fue el regalo cuando supimos que iba a llegar. Especial fue enterarse el día del santo de mi abuelo, San Estanislao. Un día que jamás podré olvidar porque además de eso pasó otra cosa que hizo que, simplemente, sea imposible. Su llegada colmó de felicidad la vida de su madre y la mía, como no podía ser de otra manera. Un bebé tranquilo dentro de sus posibilidades, que en pocas semanas nos dejó llevar un ritmo de sueño «normal», y que se portaba bastante bien. Y salvo momentos que todo niño tiene (porque si no, no sería un niño), sigue igual o mejor.

Te gana enseguida. No a su padre, que no cuenta, pero sí a todos los demás. Es complaciente. Suele hacer y decir todo lo que sabe cuando se lo piden, para contentar. Y por supuesto, correr a abrazar a sus ayeyos, a sus abuelos o a sus padrinos después de tiempo sin verlos… para ellos debe ser maravilloso. Para mí, visto en tercera persona, lo es.

Decía que para mí, mi hijo es especial. Hoy mismo me ha dado el penúltimo ejemplo: lo primero que ha hecho al levantarse a las 7:15 de la mañana ha sido decir, con una enorme sonrisa: «voy a darle los buenos días a la mamá y a Álvaro».  No sé cuántos niños de su edad harán eso, pero a mí me ha dejado de piedra. Como me dejó de piedra ayer cuando, sin venir a cuento, nos dijo: «Los indios vivían en América del Norte y usaban lanzas para cazar». La profesora se lo dijo una sola vez, y le bastó para quedarse con ello. Con eso, y con que los iglús son construcciones de los esquimales impermeables que protegen de la lluvia. Y con que la Iglesia es el sitio al que van los que quieren rezar.

Aunque le costó soltarse, el gran cambio fue en torno a los dos años. Coincidió con sus primeras semanas en la guardería. Para ser la primera vez que se separaba, no fue para nada traumático. Se relacionó con otros niños y la labor de las educadoras de la Escuela Infantil Michelangelo fue extraordinaria. Durante esas primeras semanas, y durante el curso siguiente, que fue un avance espectacular. Ahora, el colegio le está viniendo muy bien. Ha aprendido sus primeras palabras en inglés, es muy bueno aprendiendo canciones que repite hasta la saciedad. La banda sonora del verano ha sido una habanera, «La bella Lola». Otra prueba de su gran memoria, ya que la escuchó una vez la pasada Nochebuena, mientras sus abuelos paternos la cantaban a la guitarra. 8 meses después, y sin venir a cuento, comenzó a cantarla. Le faltó escuchar otra estrofa para aprenderse casi entera la canción.

Perfecto no es. Podría ser un poco más obediente de vez en cuando. Quizás sea la edad, como la edad sea la que está detrás de sus cada vez más habituales rabietas. No es por celos de su hermana o del que viene, porque ya he dicho que está encantado y pregunta a toda hora cuándo va a llegar el hermanito. Como decía una canción de mi generación, «son cosas de la edad».

Tampoco nosotros somos perfectos. A veces le hemos malcriado de más. Pero creo que, en el fondo, lo estamos criando bien (perdón por la falta de modestia, pero lo creo así). Ahora tengo una cierta preocupación cuando sean tres hermanos y cuando su hermano forme parte de la vida de esta familia e, irremediablemente, se le dedique un poco más de tiempo. Confío, en cualquier caso, siga siendo tan bueno y tan especial como hasta ahora.

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